La designación de Elon Musk al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) -inspirado nada menos que en el estilo de Milei- tiene el mandato de “desmantelar la burocracia gubernamental, reducir drásticamente el exceso de regulaciones, recortar gastos superfluos y reestructurar las agencias federales”, según el comunicado de prensa.

Para dimensionar el potencial impacto, basta ver la magnitud del aparato estatal de EE.UU que hoy cuenta con poco más de 3 millones de trabajadores federales (1 por cada 100 habitantes según el U.S. Bureau of Labor Statistics). El problema -según el investigador Paul Light en The True Size of Government- es que al sumar contratistas, empleados subvencionados, militares y postales, la cifra se eleva a más de 9 millones, sin considerar las agencias específicas que, pese a estar obsoletas, siguen operativas.

Si miramos a Chile, según Libertad y Desarrollo, en los últimos 10 años el empleo público ha crecido a un ritmo casi 3 veces por sobre el sector privado y de acuerdo con el Consejo para la Transparencia al 2023 ya teníamos 810.064 funcionarios públicos, es decir, 4,1 por cada 100 habitantes.

En respuesta a estas cifras, prácticamente todos los ciudadanos del planeta abogan por un Estado más inteligente y eficiente, menos costoso y burocrático, que sintonice mejor con sus cambiantes y crecientes demandas. Es por esta misma razón que la prometida reducción de un 30% del gasto público hace tanto sentido a los ciudadanos americanos.

Con esa certeza, Elon ejerce total autonomía en su trabajo con equipos de tecnólogos que viven cerca de la Casa Blanca y trabajan hasta altas hora de la noche y fines de semana, todo con el fin de reducir drásticamente el tamaño del Estado. Si bien la implementación de inteligencia artificial (IA) al estilo Musk para muchos es un shock de vitalidad, los riesgos son evidentes en términos de contrapesos de poder, privacidad, seguridad de la información, transparencia y rendición de cuentas. El historiador Douglas Brinkley plantea que “este llanero solitario opera más allá del escrutinio (…) y no hay ni una sola entidad que le pida cuentas. Un presagio de la destrucción de nuestras instituciones básicas”.

Si Elon Musk es exitoso en su ‘reducción’ será entonces una IA, y no una política pública, la que comenzará a optimizar las instituciones y servicios del Estado más poderoso del planeta. Si esto funciona, el logro no será atribuible a ningún político que, dicho sea de paso, tienen en realidad bajísimos niveles de comprensión digital. Si uno de los hombres más ricos del planeta avanza en su intención de aplicar IA para mejorar la eficiencia gubernamental de Estados Unidos, las consecuencias para las democracias del mundo serán impensadas.

Mónica Retamal
Emprendedora social
Columna de opinión para El Mercurio