Ya hay muchas señales y es posible que lo logre. Fuimos muchos los escépticos frente al aviso de Mark Zuckerberg, dueño de Meta (más allá en griego), quien declaró que el futuro de internet se edificará sobre experiencias digitales inmersivas en donde los seres humanos —representados por avatares— realizaríamos buena parte de nuestras actividades cotidianas.

No han pasado ni 10 meses y el CEO de los entornos virtuales más descargados del planeta (WhatsApp, Instagram y Facebook) ya no está solo: 120 empresas de las Fortune 500 y —desde Disney hasta Nike— han anunciado su arribo, mientras Gartner predice que al 2026 un cuarto de la humanidad estará una hora al día en el metaverso. Pese a ello, sigue siendo un proyecto tecnológicamente inacabado. Hoy solo contamos con experiencias inmersivas aisladas accedidas a través de óculos, visores de realidad virtual llamados a reemplazar a las pantallas.

En su evolución, se espera la digitalización de todos los sentidos: sumando prontamente olor, sabor y tacto. Otra señal importante es que el mes pasado numerosas compañías —Sony, Microsoft, EpicGames, Huawei, Adobe y Meta— se sentaron a acordar estándares para viabilizar una experiencia interoperable y segura. Hoy ya es posible asistir a un concierto, comprar arte digital o ropa para mi avatar, con foco en aumentar productos comercializables en criptomonedas (blockchain) u otro tipo de token como los NFTs.

El aprendizaje virtual, comercio electrónico, publicidad, entretenimiento y videojuegos son los primeros llamados a expandirse. La demanda por ‘creadores digitales’ capaces de generar productos y experiencias comercializables va en alza, abriendo un gran espacio laboral para las industrias creativas que tendrán todo un universo por desarrollar.

Con la promesa de lograr un universo digital eco friendly —y ante la evidencia de que la producción de bienes físicos de nuestro planeta llegó a un punto crítico—, primero se crea un nuevo mercado que vende activos irreales para satisfacer necesidades inexistentes; luego se atrae a usuarios para que creen y consuman estos productos digitales y, muy por detrás, se hará una reflexión ética, legal y humana sobre lo obrado. Si bien el metaverso promete ser la siguiente gran disrupción, su naturaleza supranacional, desregulada y con dueños privados es totalmente susceptible de caer en toda clase de manipulaciones.

Si se masifica, tal como varios gurús tecnológicos lo tienen planificado, muy pronto estaremos rodeados de personajes, lugares, objetos y productos inexistentes, con insospechadas consecuencias para nuestro bienestar físico, emocional, social y cultural. ¿Nos vemos entonces en el más allá?

Columna publicada en El Mercurio