Relaciones cortas, emocionales e hiperconectadas son signos de la reformulación que el amor está sufriendo producto de la influencia digital. Las tendencias que se observan van desde la ampliación del espectro de parejas potenciales, la falta de concreción de las relaciones, hasta el aumento de los mecanismos de control y vigilancia reflejado en el nuevo verbo ‘stalkear’ (espiar el perfil y las publicaciones de otros). El cortejo podría comenzar en Instagram, al ‘reaccionar’ a una historia y un avance sería pasar a la intimidad de WhatsApp.
Muchas de estas relaciones se establecen solo en el espacio virtual, lo que abre la puerta también a participar de varias al mismo tiempo. De hecho, la mayoría de los flirteos digitales no terminan en una cita real porque el interés se concentra en ‘matchear’ todo lo posible reviviendo el placer de la aceptación virtual. Asimismo, el ghosting —desaparecer sin explicación alguna— es parte de las opciones. Y en el bullente mercado de las citas, Tinder —con funciones como swipe, match, superlike, boost y rewind— es la que lidera (81% en Chile, sobre 700 mil usuarios).
Son claves en su éxito la selección de edad, geolocalización y orientación sexual que amplificaron las posibilidades, por ejemplo, para segmentos del mundo LGTB. Hoy, además, se suma el acceso a la comprobación de antecedentes (lanzado en USA) que mitiga en parte uno de los mayores reparos de los usuarios relacionados con la seguridad. Pero el llamado relationshopping levanta la alerta sobre cómo las personas quedan al mismo nivel de productos descartables teniendo la cantidad de amores que sean capaces de suscribir y midiéndose según su acceso a contactos online. María Eugenia Boetsch, psicoanalista relacional, da cuenta de un significativo aumento de estados ansiosos y depresivos en la población más joven, asociado a la participación en redes sociales. ‘La búsqueda de aceptación y la competencia con los pares lleva aparejado un alto nivel de exposición y el consiguiente peligro de sufrir rechazo, que va desde sentirse ignorado e invisible a la posibilidad de recibir comentarios hirientes’.
Se responsabiliza a las grandes corporaciones tecnológicas por la forma en que reglamentan la socialización y crean algoritmos adictivos que —entre otras cosas— regulan la compatibilidad, priorizando el contenido de las personas identificadas como atractivas para los usuarios. Ejemplo de estos efectos es que Instagram en el 2020 tuvo que repensar los ‘me gusta’ públicos luego de múltiples estudios que demostraban el efecto nocivo de estos sobre la salud mental de la población juvenil. Pese a todo, es una realidad que la virtualidad ha dado la posibilidad a millones de vincularse con otros para encontrar el amor que, digital o no, sigue siendo una aspiración humana que nos moviliza y da sentido a nuestras vidas.